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Apego y relaciones de pareja Piztu Psicología

Los diferentes estilos de apego y su influencia en la pareja: “Yo te necesito y eso a ti te aleja”

Escrito por Silvia Hernández Cerro 12/12/2024

Los primeros vínculos que establecemos en nuestra infancia impactan en las relaciones que establecemos en nuestra vida adulta. SI atraviesas dificultades de pareja, quizás se deba a que tenéis diferentes estilos de apego.

 

Los seres humanos somos seres relacionales, y como tal, necesitamos de la relación con el otro para nutrirnos, evolucionar y construirnos como personas. 

 

No cabe duda de que, dentro de las relaciones humanas, las relaciones de pareja son uno de los vínculos más importantes. 

 

Desde la adolescencia, el amor romántico ocupa un espacio tanto psíquico, como físico y emocional, en los seres humanos. Tanto es así, que nos lo encontramos y bebemos de él en las películas, en nuestro contexto, en los libros, las canciones y en nuestra cultura en general. Además, suele presentarse asociado a la felicidad, a la ilusión y al bienestar. 

 

Sin embargo, en la vida real, se vuelve algo más complejo. 

 

Cuando establecemos una relación romántica, compartimos los aspectos positivos, sí, pero también compartimos una parte mucho más profunda que revela quiénes somos, nuestros deseos, creencias, necesidades, expectativas, anhelos, fantasías, heridas, etc. 

 

Si son opuestas o incompatibles, pueden dar lugar a frustraciones, incompatibilidades y dificultades que reducen la sensación de bienestar. 

 

Para poder entender el origen de todo aquello que se pone en marcha en las relaciones de pareja, el psicólogo J. Bowlby, en 1969, estudió los vínculos tempranos entre las figuras de referencia (usualmente la madre) y los bebés, en su teoría del apego. 

 

 

Podemos diferenciar tres estilos de apego:

 

1. Seguro

Las personas con este apego, además de tener confianza en sus estrategias para hacer frente a las adversidades, tienden a tener una buena percepción de sí mismos y de los otros; lo que les ayuda, tanto a sentirse cómodos en situaciones de intimidad, como a tolerar bien los momentos de soledad o separación.

 

2. Ansioso - ambivalente

Estas personas sienten una angustia intensa ante la separación y un profundo miedo a no ser queridos. Haber vivido el cuidado de sus progenitores como intermitente o impredecible, genera que necesiten mucho de la proximidad del otro, pero a pesar de buscar esa cercanía con elevada intensidad, pueden mostrarse distantes cuando lo logran o sentirlo como insuficiente. 

 

3. Evitativo

Aunque pueden mostrar buena confianza en sí mismos, pero tienden a sentir desconfianza hacia los demás. Es por esto que la separación no les supone una fuente de malestar. En su caso, la expresión emocional y la intimidad, al ser percibidas como una falta de autonomía y de libertad, son la raíz de su angustia.

 

El apego define la manera de vincularnos con los demás y, para este autor, la calidad del cuidado y la forma de expresarlo, influyen en la manera en la que el bebé se relacionara posteriormente con otras personas. 

 

 

Es decir, el estilo de apego que desarrollamos en la infancia, será el que posteriormente se ponga en marcha en nuestra vida adulta. 

 

 

Explicado de un modo simple, si una madre proporciona sostén y seguridad al niño, este sentirá la confianza suficiente para atreverse a explorar el mundo externo desde la calma. 

 

Sin embargo, cuando no ocurre así, sin la presencia de su madre el niño/a percibe su entorno como un lugar amenazante y se siente demasiado inseguro para poder explorarlo. 

 

 

Un ejemplo real

 

Si lo traducimos al lenguaje de las relaciones románticas, el caso de Laura y Alejandro nos pueden servir como ejemplo para comprender todo lo anterior (los nombres son ficticios).

 

Vinieron a consulta explicando que el otro no le quería lo suficiente, que era invisible y que sentía que no escuchaba sus necesidades. Una de las primeras preguntas que les hice para poder entender sus diferencias y sus esquemas y por qué sentían que el otro no le quería, fue “¿qué es para vosotros el amor?” 

 

Laura opinaba que el amor se compone de cuidado, intimidad y de priorizar al otro. Para ella el cariño, la ternura y la cercanía, eran condiciones indispensables en las relaciones románticas.

 

Para Alejandro el amor implicaba respeto, espacio y comprensión. Ambos se mostraron de acuerdo en cuanto al deseo, la pasión o el compromiso, pero estos conceptos significaban diferentes cosas para ellos. 

 

Explorando su historia de vida, Laura contaba que su madre era una persona nerviosa, que durante su crecimiento recibía mensajes como: “¿te vas a ir con tus amigos y no vas a estar conmigo? Ya veo lo mucho que te importa tu madre” o “quien bien te quiere, te hará llorar”, “si te hace eso, es que no le importas” entre otras. 

 

 

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Había aprendido que las relaciones no son seguras y que en cualquier momento el otro le podía abandonar. También, que hay que estar alerta a las muestras de cariño, interpretando cuando el otro no te prioriza como señales de rechazo. 

 

Así, cuando no percibía esa cercanía, ese miedo se le potenciaba y le invadía como una ola imparable la sensación de abandono, de que ya no era importante, de que ya no la querían.  

 

Alejandro, en cambio, había crecido en un entorno donde prácticamente no había muestras de cariño y lo que se reforzaba era la autonomía y ser capaz de arreglárselas solo sin molestar o depender de nadie. Las emociones no estaban bien vistas y se entendían como signo de debilidad. 

 

Al expresarlas recibía rechazo o temía que sucediese, lo que le llevaba a sentirse culpable y a reprimir esa necesidad. Así, Alejandro aprendió que, aunque necesitara ese cariño, la forma de ponerse a salvo era fingir que no le hacía falta para que no le rechazaran… hasta que se lo creyó. 

 

 

Mientras Laura necesitaba sentir cerca a Alejandro para poder calmar su miedo a perderle, Alejandro sufría por no poder responder a las necesidades de Laura, porque ni siquiera las llegaba a comprender..

 

 

Ella necesitaba su cariño como muestra de amor, y él necesitaba sentir que “podía arreglárselas sólo” para no sentirse agobiado y sobrepasado. 

 

Que Laura le explicara cómo se sentía era un idioma indescifrable para él, a quien las emociones y sentimientos le bloqueaban sobremanera. El compromiso para ella residía en construir un “nosotros”, que a él le hacía sentir que perdía su autonomía. 

 

Como explicamos en nuestro artículo sobre los lenguajes del amor, en este caso ambos hablaban diferentes idiomas y esto iba a ser un elemento crucial para trabajar en el espacio terapéutico. 
 

Alejandro, desde su estilo de apego (o forma de vincularse con los demás), expresaba su amor con actos que promovían la autonomía, a través de acciones como apoyar a Laura en sus proyectos y decisiones, cuidar algunos detalles prácticos del día a día o respetar sus espacios. 

 

Laura necesitaba asegurarse con frecuencia de que él la quería. Buscaba formas de confirmarlo estando pendiente de él, llamándole o escribiéndole a menudo, preguntando por los detalles y por sus emociones, o con muestras físicas que demostraran la conexión entre ambos. 

 

Ninguno de ellos podía sentirse identificado con las necesidades del otro, ni sentirse a salvo, puesto que los actos y muestras del otro, no eran percibidos como tal, reconfirmando sus miedos más arraigados y profundos. 

 

 

En terapia solemos encontrarnos con muchas parejas que sufren y sienten un intenso malestar por estar inmersos en este baile ansioso-evitativo. Entonces, ¿eso significa que dos personas con apego ansioso y evitativo no pueden estar juntas de forma romántica? Para nada.

 

 

El apego o la forma de vincularnos puede transformarse, es algo que se activa en nosotros mismos y por ello quizás esa sea la primera pregunta que podamos formularnos: “¿estoy dispuesto a comprender e intentar elaborar mi forma de relacionarme?”.

 

El baile ocurre de a dos, pero cada uno es dueño del movimiento de sus pies. A veces, tratamos de modificar el comportamiento del otro para sentirnos seguros, entrando en un bucle o patrón que mantiene nuestros miedos más profundos y genera la distancia que pretendíamos evitar. 

 

 

Romper el círculo vicioso

 

Por lo tanto, romper ese círculo vicioso relacional mediante distintas técnicas y estrategias, será un objetivo esencial de la terapia. 

 

Siguiendo con el ejemplo, para poder acompasar sus pasos, Laura tuvo que tomar consciencia de sus necesidades y demandas. Con trabajo, compromiso y constancia, comenzó a observar desde dónde hacía sus peticiones. Además, reenfocándose en sí misma, comprendió que tampoco le gustaban y le generaban malestar. 

 

Esto ayudó también a concebir los gestos “prácticos” de Alejandro como muestras de afecto. Resolviendo sus propias heridas, pudo sentirse segura en la relación. 

 

 

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Lo mismo hizo Alejandro. Trató de cambiar su vivencia de la vulnerabilidad y la dependencia, para aceptar su necesidad de intimidad sin considerarla como una muestra de debilidad por la que poner en marcha sus estrategias de huida. 

 

Esto facilitó que pudiera comprender desde dónde hacía Laura sus demandas y qué había tras ellas.

 

No fue un proceso sencillo, porque en ocasiones la terapia actúa contra la lógica natural que se pone en marcha en estos casos: “si necesito esto, es el otro quien ha de proveérmelo”. 

 

Sin embargo, dejar de construir la casa por el tejado y comenzar a asentar las baldosas de su propio suelo, les ayudó a comprometerse con modificar las dinámicas de su relación, fomentó la conexión emocional, la intimidad, la cercanía y los espacios individuales y en pareja. 

 

Como podréis observar, la mayor parte del trabajo es individual. Nuestras estrategias, factores de personalidad y esquemas aprendidos, influyen en cómo y desde dónde nos relacionamos con los demás. 

 

El primer paso para poder modificar estos patrones (o nuestros pasos de baile), será reconocerlos en un espacio seguro que permita sentirnos vulnerables desde el sostén y la seguridad.

 

¿Y tú? ¿Te has preguntado qué es para ti el amor y cómo bailas con el resto? 

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